Las calles, los rincones, las fachadas, los aleros, las ventanas... son llaves que abren nuestra memoria. Memoria de la niñez. Calles por donde aprendimos a correr, a jugar en interminables tardes de verano o por las que pasamos temerosos en oscuros días de invierno. Me parece que esas calles y esas casas son un mensaje de aquellos que nos precedieron. Esos que nos miran con intensidad desde el pasado en viejas fotografías. Es el lenguaje que traspasa el tiempo y, como si fuera un libro, deja sus capítulos escritos en piedra, en adobe y teja.
El pueblo es una enciclopedia entera con sus páginas abiertas para pasear entre ellas, donde se pueden leer decenas de historias. Si conservamos este legado, podrá ser apreciado y defendido por las generaciones venideras.
Espacios, luces y sombras.
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